Dicen que las bodegas son el alma de los barrios. Una buena y bien surtida bodega reúne al ama de casa y a la empleada en busca de sus ingredientes para el día a día, al niño con ansias de dulce, a los jóvenes y adolescentes como refugio fuera de casa y finalmente al jefe del hogar como punto de tránsito (y relajo) entre el trabajo y la casa y viceversa. Todos bien atendidos por quien es el capitán y catalizador de los deseos de sus clientes: el dueño.